miércoles, 7 de enero de 2015

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Hoy me dí cuenta que la breve sensación de estar feliz a tope o sentirme omnipotente fluctúa y se entremezcla con largos periodos de una lúcida pesadumbre, una soberbia depresión e incómodo malestar que asfixia la subjetiva ambición de creer que no me hace falta algo, porque el negro es ausencia de luz y mi alma triste dibuja una silueta sombría en el piso.

Ayer me dí cuenta que soy libre, pero que no me gusta la libertad tanto como quisiera, y que en esos lapsos de ingenio, debo cultivar y consumir ávidamente los pensamientos para seguir echando raíz en el macetero que cargo a duras penas sobre mis hombros. Pesa la tierra poco fértil conforme avanza el tiempo, el follaje pardo conforma el paisaje desolado de la incomunicación y la autodestrucción. Mutilo las ramas para construir un camastro en el que voy colocando sin orden ni discreción mis penas, mis culpas, mis certezas vueltas desmotivación.

Sale el sol por las mañanas y lo suple la luna en cada noche, pero en este rincón la luz de ambos no atisba una solución, la suplico endurecido por el lodo que ayer era barro, y me descompongo lentamente hasta borrar el indicio de una historia que valga la pena contar. Sin mausoleo ni piedras apiladas dan forma a mi sepulcro inferior, cargo la muerte a cuestas junto al dolor que profundo horada el cuerpo hasta que pierde forma, hasta hacerce larga la distancia como el grito que en el fondo del acantilado encuentra reverberación. Moriré lejos endurecido, endurecido lejos moriré...

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