martes, 30 de diciembre de 2014

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"...tu corazón tiene un ritmo suave, sin soplos..." eso dijo el cardiólogo, una consulta que necesité de urgencia debido al sobresalto de ayer y la acumulación de lo demás. No fuí con él para el diagnóstico de un fallo coronario o arritmia que haya notado, decidí que los síntomas físicos de náuseas, mareos, dolor de cabeza, falta de apetito, insomnio, y emocionales como desesperación, ansiedad, pensamientos delirantes, pánico y sentimientos de culpa exacerbados, fatalistas, eran la manifestación de alejarme de ti de la manera más insignificante pero incómoda. Mientras platicábamos, él miraba por tiempos el monitor de la computadora, buscando información de los medicamentos que he tomado en el curso de mis crisis, litio, fluoxetina, quetiapina, con la finalidad de recomendarme una alternativa, ya que por la experiencia negativa de consumirlas, le pedí una receta distinta. Así mismo, cuando no me miraba, yo leía los diplomas y constancias que colgaban enmarcadas en la pared beige junto a dibujos y pinturas de corte médico, recortes de periódico y publicidad de los laboratorios adornaban el resto del despacho. Después de responder algunas preguntas, me pidió que lo siguiera, fuimos a un cuarto aledaño a donde ofrece su consulta, un cuarto pequeño donde guardaba algunos aparatos. Me pidió que me recostara y al mismo tiempo comenzó a desenrollar unos cables que en su extremo tenían electrodos para medir la frecuencia cardiaca. Después de un minuto, tomó el papel de la impresora y leyó el resultado: -estás bien-, dijo, -el ejercicio ha ayudado a tu cuerpo-. Me sentí como un mono en el laboratorio, pensando que me electrocutaría para calmar la crisis, aún sabiendo que no tiene el suficiente voltaje para hacerlo, quise creer que incluso después de quemarme el corazón, ese aparato nos diría que algo más en mi estaba fallando, cualquier otra parte, el cerebro en sus funciones, pero qué ilógico creerlo ahora me doy cuenta, ningún electrodo conectado en la sien.

Salí aprisa del consultorio para llegar a la farmacia, y aunque el doctor me advirtió que era un medicamento costoso, no reparé mucho en ello, como en otras ocasiones, sólo pensaba en quitarme este malestar. Regresé de nuevo para pedir un poco de agua y pasarme el remedio, que con ánimo de que funcionara instantáneamente, ritualicé el paso por la garganta, repitiéndome que te queria sacar de mi. Recogí mis cosas que traía en una pequeña mochila y abrí la puerta que daba a un pasillo largo y algo oscuro, sentí un rocío que atribuí al desecho del aire acondicionado pero puse más atención y noté que era agua de lluvia, ligera, del tipo de gota que no moja y que parece suspenderse en el aire esperando a que al pasar las lleves contigo. Instantáneamente comencé a llorar, sin comprender por qué, sin tener un antecedente claro simplemente me brotaron unas lágrimas más grandes que la lluvia misma. Apuré el paso, lo que me dejó liberar un solloso en soledad, cuando llevaba media cuadra recorrida paró la llovizna y paré de llorar, simultáneo, extraño.

Recordaba que en algunas pláticas que mantuvimos noté que tu desconfianza hacia mis palabras era tan grande que tus respuestas sonaban ajenas al diálogo, como si no entendieras, como si no te importara, como si no hubiéramos pasado todo ese tiempo juntos, como enajenada en no querer saber más. Así como ayer que te pedí quitaras esa foto de mi vista y no lo hiciste increpándome por no hacer lo mismo respecto a la rutina que me lleva a mostrarte cómo vivo, con quien y las noticias que creamos en torno a mi presente. Algo justo, algo difícil de sobrellevar, por eso no reclamo más, no exijo nada, no vuelvo más al diálogo. Hoy callaré, y mañana haré lo mismo porque no me gusta, no lo tolero, mirar lo nuestro como una amistad cuando mis días se componen de sed, de calor, de odio y amor hacia ti, no puedo sentir tanto por una amiga, y la soledad que en el tiempo no tiene lugar, se aferra cuando estoy acompañado de los demás. 

LLegué a la casa tras caminar por diez minutos, fuí directo al cuarto para tomar la pastilla inductora del sueño, sabía que al combinarlas el efecto se potenciaría y podría dormir fácilmente...Antes de quedar dormido, bajé a la cocina para tomar algo de cenar, encontré jamón de la cena navideña, lo preparé y acompañé con pan duro. No quería convivir con nadie y subí a comérmelo sobre la cama. Recuerdo que terminé rápido, apagué la luz dejando la televisión prendida en cualquier canal. No recuerdo nada más, eran las nueve de la noche aproximadamente, así que dormí once horas como hacía mucho no lo hacía. Sigo aletargado y no esperaba menos, los medicamentos de este tipo (antipsicóticos, antidepresivos e inductores de sueño) causan a veces, contratiempos por decirles de alguna manera.

Quiero dejar de pensarte, quiero sacarte de mi, dueles demasiado y no tienes cura.

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