miércoles, 10 de diciembre de 2014

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Deseo tu cuerpo y cómo se dibujaba tu silueta sobre el mío. De cómo te aferrabas a las sábanas asfixiándolas entre tus puños cerrados que miraba por encima de tus hombros y me alejabas de este universo. Extraño el aroma de tus caricias y cómo sabían en dónde hospedarse sin rumbo previsto, el sabor de tus abrazos tibios y la pasión que nos arrebataba la vida cada madrugada y en la mañana siguiente nos la devolvía, sólo para llegar hasta la siguiente noche. Deseo morderte, rasguñarte, romperte y luego unirte con mi sangre, mi sudor y mi saliva.

Te amo tanto como mi cuerpo desea evaporar estos recuerdos nuestros y hacer una lluvia sobre ti, mojarnos en ellos y calmar el calor. Te amo tanto que he deseado ser agua y derramarme en ti, embriagarnos hasta morir.

Estoy ansioso por que me escribas, estoy a la espera de estar en contacto contigo, y sólo pensar en ello hace que mi estómago me recuerde que la emoción viene desde adentro, mi cuerpo se prepara para lo que no sucederá y mi mente se programa para recibirte, ambos desfallecen engañados en la soledad y todo se esfuma, todo menos el dolor, la necesidad, el deseo...

Es difícil contenerme donde el miedo mis deseos acalla, y en el vacío de la ignorancia, el más grande de los silencios extravía el eco de mi pasión, de la añoranza, ahí donde la muralla tras la guerra acaba. La mordaza de no saber qué sientes y que enmudece la voluntad de hablarte para saber lo que en tu interior guardas, se entrelazan, verdugo y castigo, develando dos castigados, un par de testigos mudos e ignorados, maltratados ya entonces por temor a un final aletargado.

Tan difícil es como estirar las lágrimas para dibujar una sonrisa y coserla con cuidado para no desgarrar el alma, como frenar avalanchas en estrepitosa bajada por la montaña, o surcar el cielo negro y estrellado sin alas, sin horizonte ni mañana. Es difícil pretender que me leas, cuando en realidad deseo que me beses, e intentar que me escuches cuando sabes que deseo, que muero por que me entiendas, que te necesito cerca, que lo intentes.

Es tu física ausencia la que me ha vuelto un ser impaciente, y es la inquietud mujer por retenerte, la que se ha robado mi presencia: ya no soy alguien por fuera, pero sigo siendo tuyo, tuyo en mi mente.

 Cada noche debo privarme del placer de recordarte, porque en la necedad de hacerte presente, mi cuerpo platica con la madrugada, me deja exausto desearte y no poseerte. Tratar de alzar a mano desnuda la llama de la fantasía e incendiar la piel con recuerdos me cansa y duele, pero aún con el alma cansada y remendada, y el intenso dolor creciente, te prefiero así que por dentro de mi ausente.

Sigues en mi...tan impregnada, tan evidente. Sigues en mi...tan inminente, tan evitada.

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