jueves, 20 de noviembre de 2014

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Antes de continuar transcribiendo las cartas halladas, quiero detenerme a describir lo que pasó de camino a su casa el día que nos vimos por última vez:

La plática que tuvimos tras permanecer en la cafetería un tiempo fue en el estacionamiento de un centro comercial, un lugar apto para gritar, llorar y sangrar de ser necesario. Estaba oscuro y el frío alejaba a las personas de merodear.  Si lloré, si grité, si me desesperé...al final, comenzamos a caminar sin saber hasta dónde la acompañaría...su casa estaba an 15 minutos a pie, así que tomamos rumbo, recordando el momento en que nos conocimos, y situación que aminoraran la tensión por la tristeza del adiós. Reímos de algunas cosas, y cuando me dí cuenta ya estábamos en la puerta de su casa sin comprender cómo debe ser una despedida de tal magnitud ni si nos veríamos pronto. Antes de decir adiós, mis ganas de llorar se contenían, quebrando mi voz, atenuando la mirada y haciéndola más brillosa...me acerqué a ella, quien no quería, pues se esforzaba para no rendirse al deseo de seguir viéndonos, de hacer el amor otra noche más...y le di un beso en sus labios cerrados, un beso apretado, tibio, extraño para una despedida. Me quedé parado viéndola entrar, y me dijo que esperaba que no fuera el último, a lo que respondí que no sería así... cerró la puerta y avancé hacia la avenida.

En el primer lugar disponible paré a comprar cigarros y pese al viento frío que pegaba en la costa, quise caminar. Iba llorando por ratos, retorciéndome de frío y recapacitando sobre nuestra decisión, sobre cómo podría renunciar a mi trabajo actual y seguirla a otro lado, un lugar donde nosotros comenzaríamos desde cero, armoniosos y creadores de nuestro futuro. Con los días mi convicción se esfumó en mis borracheras e intentos de olvidarla.

Caminé hasta mi casa, que estaba a 6 kilómetros, no me importó. No quería llegar tal vez. Cada paso que me alejaba de ella, era una decisión para rogar por verla nuevamente, por volver y tocar su puerta, pero el pensamiento de que alejada de mi sería más feliz y que su malestar por todo lo que causé en su vida la tenía al borde la muerte emocional, me hizo ser fuerte. No insistir...

Llegué, tomé, fumé, lloré...

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