jueves, 25 de septiembre de 2014

21

Está lloviendo y las gotas rompen contra la ventana, agresiva y propositivamente, ellas nos invitaban a una velada sensual, noche o tarde o día para permanecer juntos en la cama y hacer el amor, terminar y no levantarnos al baño...quedarnos escuchando los relámpagos y acurrucarnos más...aromatizados por nuestra pasión, húmedos, tibios, expectantes. 

La lluvia es especialmente un recuerdo poderoso. Al inicio de nosotros, en la época universitaria, solía quedarme la noche entera con ella en la casa que rentaba junto con algunas de sus compañeras de clase. Era una casa de dos plantas sumamente austera, aunque la habitación donde dormían tenía puerta  y cama (que le pertenecía a ella por cierto), a nosotros, y en búsqueda de intimidad, preferíamos acostarnos sobre un colchón viejo al pie del balcón y protegido de la vista exterior por un ficcus, mismo que a la larga se convirtió en nuestro cómplice pasional. En esa época la lluvia parecía una cortina, y normalmente caía por la noche-madrugada. La habitación aún con el ventanal y la puerta improvisada abierta, era cálidamente incómoda por lo que dormíamos con una sábana ligera.

Ya de madrugada sus compañeras no se levantaban, por lo que poco a poco fuimos tomando la confianza suficiente para quitarnos de encima esa sábana y hacer el amor acomodados a mejor modo. Algunas veces la lluvia nos despertaba al escurrir por las hojas, al golpear contra la ventana, o simplemente los relámpagos nos iluminaban el rostro. Siempre nos sobraban ánimos para acariciarnos, para besarnos los labios, el cuerpo, todo, así que esas noches lluviosas generalmente se convertían en noches llenas de pasión desbordada. Recuerdo mucho hacernos el amor, yo montado en ella, con la espalda arqueada y las piernas dobladas mientras procuraba no emitir ruido alguno. Recuerdo que esa cortina de agua nos hacía sentir cómodos como para alzar nuestros cuerpos sobre ese desgastado colchón y liberar toda la energía impulsando un cuerpo contra el otro, cerrar los ojos y sentirla a ella sin importar que el ventanal y la puerta permanecían abiertos completamente y que en la habitación contigua dormían sus compañeras. Una sensación que maximizaba la placentera dulzura de dos cuerpos fundiéndose salpicados con agua de lluvia y sudor del otro. Sentíamos la brisa fresca sobre nuestros cuerpos cálidos, Sentíamos todo y todo llegaba a nosotros.

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