jueves, 11 de septiembre de 2014

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Viajo a la playa, cinco días con sus noches rodeados de arena color crema que aclara el tono del mar. En donde vivo el mar no ofrece tonalidades verdáceas o turquesas, ni azuladas como el cielo mismo, un espejo del mismo, allá la arena es color caramelo cuando está húmeda y similar al azúcar morena cuando el sol la mantiene seca.

En febrero ella y yo  habíamos comprado vuelos para visitar el lugar del que platico, al que me dirijo aunque ya con otro plan... ese viaje lo canceló porque creyó innecesario y lastimoso insistir en crear recuerdos y anclarlos a donde quizás ella ahora vive (tiempo atrás me confesó que quería vivir ahí). No sé si lo hizo, no quiero saberlo, la buscaría...

En ese entonces lo nuestro ya estaba perdiendo soporte, nos gritábamos a menudo, discutiendo lo indiscutible, pasando el tiempo hasta que alguno cediera, nunca sucedió.

Al comprar los vuelos y hacer planes, me ilusionaba vivir algo que juntos como pareja hicimos poco: viajar y compartir experiencias fuera de una recámara, crear cosas nuevas entre los dos. Imaginaba despertar mirando el amanecer a su lado, despertando con el único deseo de ser más, de disfrutarnos lejos de la realidad triste que nos cubría. De esperar que la felicidad cayera a nosotros y nos arrastrara al mar.

Inventar nuestro días y materializar ese sueño por las noches....cuando me canceló decidí entonces irme a sudamérica...

Por cierto llueve mucho...

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