Tomé un kayak y rodeando la costa me dirigí a un cenote cercano. A medio camino bajé el remo y relajé los brazos tirando el cuerpo hacia atrás. El mar turquesa y el sonido del oleaje me llevaron a ella y la desesperación que sentí me hizo gritar su nombre una y otra vez, más fuerte en cada ocasión. Le grité para que hiciera eco en la bóveda celeste y me escuchara...te extraño. Te extraño...
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